Sólo a él le cayó como anillo al dedo el Covid-19 para tapar la incapacidad de su administración, pero para la sociedad ha sido luto y desastre económico.
GPS / Dominical / El Diario de Chihuahua / domingo, 15 noviembre 2020 |
Lo que hemos vivido los chihuahuenses durante los últimos meses es la imposición del miedo desde el gobierno que encabeza Javier Corral Jurado. Sólo a él le cayó como anillo al dedo el Covid-19 para tapar la incapacidad de su administración, pero para la sociedad ha sido luto y desastre económico.
Gobierna el mandatario a través de actos autoritarios, y en un momento tan delicado como el presente, con miles de contagios y muertes, lo deja patente más que nunca con la implementación de medidas coercitivas y recaudatorias, que no tienen fin y caminan en una espiral ascendente. Nada sorprende a estas alturas.
Las desconsideradas acciones de gobierno son aplicadas con el uso de la fuerza pública, imponiéndoles la carga a los municipios, con la obsequiosidad del Congreso, donde fueron pocas las voces que se opusieron a la ausencia de razón del tirano.
En el sector empresarial, industrial y comercial, la situación es caótica. En marzo se vanagloriaba el gobernador de una serie de acciones de apoyo, que a la larga fueron menos que aspirinas. Hoy no toca ni por error el tema.
Ni un solo peso en esta nueva etapa de cierre que ha sepultado empresas por centenares y agotado los bolsillos de los micro y pequeños emprendedores, que están en la quiebra.
Criticó en su momento y de manera fuerte, estrambótica, a la Presidencia de la República, por haber trasladado a los empresarios la responsabilidad de pagar salarios y hacer liquidaciones inesperadas y millonarias en aquellos idus de marzo. Hoy hace lo mismo desde la comodidad de la indiferencia.
Ha vivido Corral de la política desde que tiene uso de razón en todos los niveles, pero se consagró chapulineando de una diputación a una senaduría por más de una década. Hoy cobra del erario estatal un sueldazo gracias a la ilusión de los chihuahuenses que esperaban un cambio que nunca llegó.
Por eso, no sabe ni tiene la más mínima idea el jefe del ejecutivo estatal cómo van a hacer esos empresarios para pagar sueldos.
Han agotado sus ahorros de toda la vida y están empezando a desprenderse de sus activos y bienes de inversión. Dentro de poco no les quedará nada, porque Chihuahua va del rojo al naranja, luego al amarillo, luego al rojo y más allá, un colorado intenso, agobiante, caprichoso, que ha servido de muy poco, porque es hora que no le entienden al virus.
Lo peor es que los trabajadores reciben sus indemnizaciones, se quedan sin empleo, agotan ese pequeño recurso que es nada, y ¿luego? De qué van a vivir, ¿cómo van a mantener a sus familias?
En ese contexto, las medidas fracasan, los contagiados se acumulan, igual que los cadáveres en funerarias que no se dan abasto, en un conteo funesto y terrible.
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En marzo, para ser exactos en la tercera semana, de pronto, con cinco contagiados, Chihuahua se fue al cierre casi total. Las medidas fueron drásticas, porque se dijo, de esa manera habría forma de parar la enfermedad. Se vanagloriaron de tomar medidas tan fuertes, como nadie lo hacia.
Vino el primer trago amargo para los empresarios. De la noche a la mañana hubo que hacer despidos y pagar sueldos para mantener una mínima planta laboral.
Un mes después se endurecieron las medidas. Se decretó una reducción en el horario de venta de bebidas embriagantes en botella cerrada, de nueve de la mañana a seis de la tarde. Todo ese giro de negocios entró en su primer crisis.
Se presumió durante todo ese lapso que la entidad controlaba como nadie la pandemia. Que los casos eran contados, igual que los hospitalizados y los intubados. Y que los chihuahuenses debían hacer el sacrificio de encerrarse.
Era la época en que se despreciaba el uso del cubrebocas y la sanitización masiva. Tiempos en que el gobernador salía con su plan de reactivación, apoyos y un largo etcétera en números mentirosones, donde incluía el resarcimiento a la hacienda pública por la reducción en la recaudación.
Fueron cientos de millones que fueron esparcidos con lentitud, con un subejercicio irresponsable, cuando se suponía que debían de llegar de inmediato. Los apoyos al sector empresarial fueron escasos. Subsidios de 40 mil y préstamos de 200 mil, que de nada sirvieron. Renta, salarios, conservación de insumos, sin trabajar, imposible. Hasta la fecha no se rinden cuentas al respecto.
En junio vino la apertura, primero en la región Chihuahua, luego en toda la entidad. Los casos eran los mismos, los muertos también. Nada cambió, y pese a ello, en agosto pasamos al amarillo, primero Juárez y luego Chihuahua.
Hubo un respiro. Los restaurantes empezaron a operar con mayor capacidad, igual los hoteles, los comercios pequeños, los centros comerciales.
Pero algo no se estaba haciendo bien ni se está haciendo bien aún en el sector salud. La segunda quincena de septiembre ocurrió algo que detonó 15 días después un salto exponencial de casos. Cientos de contagios y decenas de muertos por día.
Se culpó a la movilidad, pero ésta ha sido la misma desde abril. La misma gráfica presentada esta semana de manera oficial por un ingeniero zootecnista -no un epidemiólogo- así lo confirma.
La saturación en camas Covid hizo crisis. Ya hacían falta desde hace dos meses cuando menos, pero se escondió. Se fue ampliando la capacidad en número sin decirlo, y manejando públicamente sólo porcentajes, hasta que fue imposible ocultarlo.
Como consecuencia sobrevino el nuevo cierre, no en rojo, sino en rojísimo.
De la noche a la mañana se encontraron las empresas con que debían cerrar. El gobernador ninguneó al Consejo Estatal de Salud, lo usó de parapeto, una y otra vez, para ordenar la publicación de un decreto la noche del jueves 22 de octubre, para amanecer el 23 con cierre total.
Luego vendría el supercierre a principios de noviembre y la ley persecutoria y recaudatoria del cubrebocas, que amenaza a todos los ciudadanos con cárcel, aún los menores de edad.
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En el recuento fatídico no puede escaparse que el rojo y el supercierre fue ordenado por 14 días, eso dijo el gobernador, pero ya sabemos que no es cierto.
El decreto se dejó abierto para que la medida permanezca per saecula saeculorum, con apoyo en el miedo tremendo al Covid, fundamentado en su capacidad de contagio y la neumonía fulminante que provoca. Su peligro es real.
Miles de personas no se asoman ni a la calle. Otros han enfrentado malos ratos al ser amonestados por la policía cuando conducen en las horas del “toque de queda”, miles sin empleo, empresarios en quiebra, zozobra y angustia en las casas.
La sociedad es castigada por la incapacidad estatal de ofrecer una solución al Covid. Por miles se han adquirido equipos de oxígeno para atender pacientes en las casas, porque en los hospitales públicos no cabe un alfiler.
Es incapaz gobierno de ofrecer soluciones siquiera en el transporte. Las unidades no circulan en el número que deberían, provocando filas kilométricas de lunes a viernes; iguales filas en tiendas y bancos. ¿Cómo detener entonces el contagio?
Peor aún en un estado de psicosis provocada por la misma incapacidad de un gobernador que ha extraviado el rumbo. Pelea con los ciudadanos, con los empresarios, con los medios de comunicación, convierte los Ceresos en moderno Archipiélago de Gulag contra los duartistas, a quienes se rapa a medias o se les alimenta con sobrantes de comida. Los homicidios derraman sangre por doquier.
El contexto es irracional, de auténtico terror. Y sin luz al final del túnel